352-LA INCOMODA VISITA

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352-LA INCÓMODA  VISITA
Cierto día un tal Ariel Crisol,forastero que había perdido el rumbo de sus lejanas tierras y que vagaba por el mundo desde hacía veinte años buscando su casa,cuando se encontró con Fredonia pensó que se hallaba ante un espejismo diferente a los muchos otros que lograron confundirlo en las ásperas llanuras habidas a lo largo de la tierra.
Los fredonitas cuando lo vieron llegar con su hatillo de ropas viejas y con su cajón de extraños artilugios que lograron doblarle la espalda,sintieron tristezas al conocer a un hombre tan asediado por mugres,soledad,desorientaciones y ausencias de hogar,que
resolvieron,unánimente,llevarlo a vivir a la casita que abandonó,apremiado por fiebres mortales,Cotí Tirado:el mejor conocedor de los secretos del buen cultivo del café.
Ariel Crisol,ante el gesto de los fredonitas,inundó los ojos con humedades indescifrables que le eran propias.
Agradeció la bondad de las gentes que tan amorosamente le abrieron las puertas de su pueblo y de sus casas.Les prometió‑fabricando una amplia sonrisa‑que nunca olvidaría esto y que si algún día pudiese retribuirles tan generosa acción,no dudaría en hacerlo-porque quién no agradece,no ama;y quien no ama,no puede habitar en este delicioso pueblo‑les dijo,con tan especial acento,que logró enternecer a las mujeres que lo rodeaban e hizo pensar a los hombres que aquel forastero portador de tan exquisitos agradecimientos y tan florecido verbo,debería ser,seguramente,alguién muy poseído de los dones de la sabiduría.
Le rogaron,una vez que le entregaron las llaves de la casa,que no se olvidase de regar las plantas,alimentar las pocas aves de corral y de cuidar ¡cómo no! los hermosos cafetales.Le explicaron sobre el cómo encalar las paredes cuando las molestasen las tormentas de polvo y le manifestaron que sería muy grato para todos el que pudiese rehacer la vida recogiendo café y aprendiendo sus secretos,con las mismas artes que ejercitó Cotí Tirado durante los largos años de su vida.
Domiciano Jaramillo el hombre que fue nombrado Concejal por disposición de Arnoldo Paz para que gobernase los asuntos que atañen a la justicia y a la buena marcha de las relaciones cordiales de unos y otros,cuando se enteró de la llegada de Ariel Crisol,se dirigió,mientras los fredonitas construían la siesta,hacia el décimo y último círculo del pueblo en el cual estaba ubicada la casita de Cotí Tirado,,habitada,ahora,por el recién arrivado.
Cuando llegó a la casa abrió la verja del antejardín procurando no espantar el sueño del perro que roncaba en el interior de la caseta.Acarició la puerta y la tocó suavemente con los nudillos porque no quería asustar al forastero.
Ariel Crisol cuando escuchó el delicado golpeteo en la puerta pensó que quien llamaba era uno de aquellos hombres o mujeres que le habían entregado la casa,pero al abrir,sus ojos se tropezaron con la figura baja,robusta y redonda del Concejal que venía a darle la bienvenida aunque sentía no haberle entregado personalmente la llave de Cotí Tirado.
A Domiciano Jaramillo le extrañó primero y le molestó después,el aire arisco del hombre,el temblequeo de la voz como si estuviese poseído de cierto temor que él no lograba descifrar;pero se dijo para sus adentros,tratando de justificarlo,que la autoridades siempre infunden recelos y despiertan temores.Entonces,orientado por el pensamiento,no quiso turbar más el ánimo del recién llegado y se despidió de él diciendole:-Ariel Crisol,esta es tu casa,este es tu pueblo y lo más importante para nosotros es que te sientas cumplimentado con nuestra alegría general y que todos a la vez,nos sintamos complacidos con tu alegría y tu trabajo,con tu ejercicio del orden,con el mantenimiento y acrecentamiento de la belleza allí donde estuvieres.
Cuando Domiciano Jaramillo,que no había pasado al interior de la casa,quiso devolverse hacia la verja exterior,el perro que ya había roto el sueño le olisqueaba con curiosidad.Sintió cierta desazón el alcalde porque un olor desagradable,mezcla de azufre y limos antiguos,venía desde el fondo de la casa y escapaba hacia el aire exterior de la calle buscando nuevos campos en los cuales esparcirse.Se le amargó el espíritu cuando comprobó,también,que los heliotropos se marchitaban prematuramente lo mismo que las demás plantas del antejardín.
‑¡Diantres!qué cosas más raras‑se dijo turbado.
Don José Lorenzo que apenas podía caminar porque los años le pesaban más que las carnes,decidió,alentado por la noticia de Domiciano Jaramillo,visitar al forastero recién instalado en Fredonia porque quería certificar con sus sentidos si lo que percibió el concejal era fruto de la imaginación o producto de alguna realidad oculta que era preciso sacar a la luz.
Ariel Crisol cuando escuchó nuevamente el aldabeo,arregló de prisa ciertos desórdenes interiores y preparó una gesticulación artificial para recibir al visitante.
Cuando abrió la puerta,Don José Lorenzo sintió en la nariz los golpes de las vaporadas de azufre que emanaban desde el interior de la casa,olores que hasta la llegada de Ariel Crisol,eran de azahar,romero,lavanda y café tostado.
Movido por la experiencia antigua,el cura extrajo del bolsillo de la sotana blanca,la sarta de agnusdeis y los empuñó firmemente para que Ariel Crisol no reparase en la estrategia,aunque no pudo evitar sacar la cadena de oro de la cual pendía un crucifijo.
‑Si ha llegado a Fredonia de parte del demonio,la fuerza de los objetos santos le producirán náuseas que lo remitirán a lo más profundo de la casa‑pensó el cura seducido y asustado al mismo tiempo por la intuición que venía a decirle que aquel forastero era uno de los hijos demonios de Mamá Eva que tenían por misión acabar con el orden y la belleza,desanimar a los espíritus,desarreglar las conciencias,precipitar el esfuerzo pasado y presente
en las aguas putrefactas del odio,sembrar dudas existenciales y enfín,terminar con los derroteros de excelsitud y grandeza que elevaban a las almas de los fredonitas.
Ariel Crisol cuando vió la cruz meciéndose en el pecho de Don José Lorenzo,fue atacado por retortijones y cólicos que lo hicieron extremecer y buscar,desesperadamente,los desagües del orinal paa vomitar no sabía qué cosas.
Los vapores azufrosos cobraron,entonces,tal espesor,que se hicieron inaguantables y evidenciaron,sin lugar a dudas,que Ariel Crisol era un demonio.
‑¡Tate!es el demonio‑exclamó sobrecogido el cura,apartándose del lugar no sin dejar de experimentar cierta tristeza por el estado lamentable en que empezaba a estar la,en otros días,hermosa,casita de Cotí Tirado.
Tomó la determinación por cuestión de prudencia,de no adelantar juicios públicos ni propalar rumores que podrían desquiciar en breve la tranquilidad de las almas.
El anciano Don José Lorenzo retornó a su casa preocupado con aquel enigmático y casi seguro demonio Ariel Crisol que sufría vértigos y cólicos en presencia de la cruz.
Dejó,como tenía costumbre,que los sentimientos y las ideas le rebotaran en el alma porque pensaba que todo tiempo tiene su cause y los sucesos suelen encontrar,en el fondo de la meditación,salidas decorosas y sabias.
Aprovechó su andadura para abismarse en fantasías que no eran el común denominador de su prolongada existencia.Recreó los ojos cansados en las calzadas y en los círculos concéntricos que componía el pueblo hasta rematar en el gran centro de La Plaza del Guayacán Rosado.Le habló a los canarios y jilgueros que estrenaban nuevos cantos en las jaulas de los portales.Observó,con el más delicioso sentimiento,los jardines que colgaban de los muros encalados;persiguieron sus ojos las formas maravillosas de los geranios,la figura esbelta de las orquídeas,las bolas monumentales de las hortensias y los pétalos polícromos de las flores que Arnoldo Paz logró crear en largas jornadas de hibridaje.Se espinó las manos al acariciar los rosales que le parecieron perfumados y
asoció,involuntariamente,las palabras belleza y espina llevándolo a pensar que la belleza se protege con dolor;pero cuando la imaginación lo arrastró a concluir que la espina que tenía,ahora,la belleza de Fredonia era Ariel Crisol,no quiso tomar partido en su propia ecuación mental.
Se encontró con Rosa María que regresaba,a la misma hora de todos los jueves,desde el Río de Las Iguanas,después de atormentar las ropas contra las piedras del río.La vió detenerse delante de la casa de Tómides Restrepo buscando nerviosa los ojos verdes del hombre que trabajaba en el solar de la casa arreglando las cinchas del caballo,pero la espantaron los colmillos del perro malhumorado que vigilaba la casa y no quería saber nada de nadie.
Cuando Don José Lorenzo pasó enfrente de la casa de Jerina Gonzalos,alcanzó a esuchar la cantaleta que sostenía con el marido que iniciaba el aprendizaje de la alectomancia descrita en uno de los libros que le prestó Andrés Dolores;el marido la enloquecía leyéndole en las piedras que halló en los hígados de los veintiún gallos que desfallecieron apesadumbrados cuando regresó Babo Manón,las curvas que el destino le tenía reservadas si no enmendaba su rabieta y si no decidía de una vez por todas, sacar al hijo de la habitación húmeda y mohosa.
Comprendió el cura que le dolían los oídos porque le incomodaron los gritos alborozados de las muchachas juguetonas que saltaban a la comba en las calzadas.
-Estoy desgastado‑pensó con melancolía.
Alborotó a un grupo de gallinas que guiaban a sus pollitos amarillos a mejores campos de lombrices.Recitó,en voz baja,el aleluia de su vida porque a pesar de los achaques aún respiraba y porque las almas habían logrado transformar el pueblo y luchaban denodadamente por mejorar el interior de sus espíritus.Detuvo a un perro que corría empujado por rabias desconocidas;se acercó al animal,le puso las manos en la cabeza,le acarició las orejas ariscas,lo bendijo con ternura diciéndole:-perrito,que la paz sea contigo.
Se sintió lleno de amor y santidad porque recordó al Santo de Asís que amainaba la bestialidad de los lobos con la fuerza del amor.No pudo evitar reirse de sí mismo al imaginarse acariciando a todos los perros del mundo.
Avanzó un poco más por la calzada y se dió cuenta que estaba desorientado porque no lograba llegar a La Plaza del Guayacán Rosado en donde estaban la iglesia y su casa,y ya sentía prisa porque adivinaba por la posición del sol que Mercedes le esperaba para rezar el Angelus.Sin embargo tuvo espacio y tiempo en su mente para meditar que los tiempos presentes eran mejores que los pasados porque le dolió el memorizar las calles barrosas y desorganizadas de tiempos atrás y recordó cómo le ofuscaban las paredes sucias,el desorden de las casas,la improvisación de los actos,la falta de imaginación para saber rodearse de belleza.Agradeció a Dios el haber podido llegar a estas alturas de la historia y conseguir palpar los resplandores de los buenos días.Interrumpió su monólogo cuando se encontró con Andrés Dolores,quien,en la madurez de la vida,se prometía,como lo había hecho desde niño,volar sobre los tejados de Fredonia con un aparato salido de su propia invención.
‑¿Pescando el tiempo Don José Lorenzo?‑le preguntó Andrés Dolores saludándolo.
Le sonó a música buena el saludo del amigo y la idea de pescar el tiempo;pero la memoria lo desvió hacia otros campos.Se molestó por una tristeza que viniendo a lomo de un presentimiento vago,le afirmaba que le quedabn pocos soles por respirar.Se preguntó con rabia:-¿Por qué tenemos que desaparecer y convertirnos en polvo y nada?
Desde el fondo del alma vino una luz a decirle que cuando morimos nos descomponemos porque viajamos a la velocidad de Dios buscando lo infinito y no pudo evitar el recuerdo del viaje eterno de lo padres de Luciano Estrellas.
Escuchó el canto nostálgico de un gallito silvestre que vino a pararse en lo alto de un guayabo.Detuvo la velocidad de los pasos ancianos y aspiró profundamene los aires apacibles del atardecer y se asombró,una vez más,al observar lo pronto que crecen los animales y los niños.Espantó el viejo deseo de preguntar a Arnoldo Paz sobre lo sucedido con Arquías y su cargamento porque tuvo certeza de que las gentes del pueblo bien pronto lo sabrían.Deleitó los sentidos recomponiendo en su mente la noche más breve y maravillosa vivida en Fredonia cuando él y todo el pueblo con sus animales y casas volaron por los cielos.Asoció,una vez más,la idea que le aseguraba que la transformación del pueblo fue obra de las manos y no de la magia de los santones.Aserió el rostro porque le producía pena ver los animales padeciendo cojeras incorregibles y no alcanzó a acariciar las frutillas rojas de un cafetal que crecía solitario en un antejardín,porque la prisa que venía aplazando,lo enrutó sin dilación,al propio umbral de su casa en donde Mercedes empezaba a rezar a solas el Angelus,impacientada por la soledad.
‑¿Dónde estuviste Don José Lorenzo?‑le preguntó a bocajarro la longeva hermana.
‑¡Visitando al forastero! Se debe visitar a quien acaba de llegar‑le respondió.
‑¿Y qué pasa con el tal forastero,hermano? Tu cara denota descontento‑le dijo Mercedes acorralándolo.
‑Vengo cansado de recorrer las calzadas,los círculos y hasta me perdí porque me distraje aquí y allá.
‑¿Cómo se llama el recién llegado?‑siguió preguntando la hermana.
‑¡ArielCrisol!‑contestó lacónico el hermano.
La anciana hermana frunció el ceño porque sufría alergias cuando escuchaba el nombre de Ariel.
‑¿Será de bien?‑ preguntó al hermano tratando de olvidar la aspereza del nombre.
‑¡Claro que sí,ya lo verás!‑le respondió serenándola.
Pero él,Don José Lorenzo tenía muy sabido desde que se conocía a sí mismo,sobre las astucias de los demonios que camuflados de buenas gentes,siembran,después, el caos.
Se adentró en la pieza en la que guardaba breviarios deshojados,novenas,colecciones de hisopos,álbumes con estampitas,recuerdos de amigos que desfallecieron de tanto caminar y rebuscó impaciente un librito en donde se hallaban las instrucciones eclesiásticas para exorcisar y desraizar a los demonios de los cuerpos afectados,de los árboles,de los torrentes de los ríos,de la montañas y hasta de uno mismo.

No consiguió memorizar cómo debería proceder en un caso como era el de Fredonia que empezaba a sufrir la presencia del demonio Ariel Crisol y decidió,más bien, aplazar el asunto hasta más tarde porque no quería dejarse inquietar ni incomodar por dudas tempranas y se le ocurrió que sería prudente por el momento, colocar,cuando pudiese hacerlo, una medalla de San Benito debajo de la puerta del forastero para exasperarlo y hacerle abandonar el pueblo.

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